Zona de conflicto

Venezuela, sociedad mediática y comunidad política. Antagonismos y atolladeros. Ciudad y utopía. Un espacio para cruzarse con los unos y con los otros...

12/06/2006

3-D: Un paso adelante

Los resultados electorales se esperaban. Se esperaban incluso desde agosto, y muchas encuestas avalaron esos índices a lo largo de la campaña. De manera que no hay sorpresas. El escándalo del 3-D parece venir de otra vía: en términos porcentuales, los resultados no muestran lo que nominalmente significan al desnudo: hay una diferencia gigantesca, de tres millones de votos, entre el chavismo y la oposición. No hay un solo estado del país en el que la oposición haya siquiera ganado. En términos concretos, eso significa que, en apenas dos años, el chavismo le sacó otro millón de votos a la oposición. Incluso, el último bastión opositor en Caracas, la Plaza Altamira, fue tomada tempranamente ese día por sectores rojos, que rebautizaron el lugar a punta de cohetones y reagetton. Lejos de confirmar el clisé de que eran hordas bárbaras de Petare y el 23 de Enero, lo que había allí esa noche era el chavismo clase media que ha venido mostrándose progresivamente en la ciudad, y que organiza rumbas que se parecen más a las que se hacen en Las Mercedes cuando se corona el Magallanes, que a una fiesta popular. Mientras el chavismo humilde celebraba frente al balcón del pueblo, el chavismo de clase se robaba la Plaza Altamira por horas, demostrando que los adeptos al gobierno se consiguen transversalmente en todos los sectores sociales. Uno se pregunta con estos resultados: ¿cuál fue entonces el bando que terminó beneficiándose del desconocimiento de agosto de 2004 y de los posteriores efectos que dejó la abstención?

Podemos agregar que todo eso se produjo en un contexto electoral donde predominaban las ofertas abstractas, las arengas ideológicas y las utopías aparentemente liquidadas por el tiempo y el progreso. En verdad, estos resultados expresan un cisma dentro del campo del análisis y el diagnóstico: no hay demandas concretas sin cierta ideología, tampoco hay manera de deslindar lo que el chavismo ha venido construyendo de manera amalgamada como una verdadera potencia simbólica y material. Se equivocaron, nuevamente, quienes creían que la política es un hecho similar a una reunión de condominio, y que lo que importa es arreglar el ascensor, repintar los puestos del estacionamiento y pagar una cuota extra para redoblar la vigilancia del conjunto residencial. La política es mucho más que eso, y requiere de diversas intervenciones, simbólicas y materiales: la política es liderazgo, es ideología, es imaginarios, mitos, acciones y movilizaciones.

El fin de las simetrías

El primer efecto de estos resultados es demoledor: se ha producido una diferencia tal entre unos y otros, que no permitirá, en el corto y mediano plazo, seguir igualando a las dos fuerzas, tal como se venía haciendo en televisión. Se ha roto la simetría que imperaba mediáticamente entre el chavismo y la oposición. Ahora existe un país abiertamente mayoritario –en rojo– y otro minoritario –en azul–. En definitiva: hay un país de vencedores y otro de vencidos.

Se acabó la especie de que el país estaba taxativamente dividido en dos, y que más bien el chavismo estaba entrando en una larga decadencia. Se acabó eso de decir que las encuestas eran pura trampa, y que valía más la pena aferrarse a los vítores del concierto de Shakira y de las tribunas del estadio, que citar las investigaciones de Félix Seijas o de Datanálisis. Se dijo, incluso, en nombre de un círculo intelectual que defiende la trayectoria invalorable de Hannah Arendt, que las encuestas no estudiaban el factor miedo, es decir, no registraban la intimidación que ejerce el chavismo entre sus militantes y seguidores. En pocas palabras, se creó otro ardid para seguir diciendo que el chavismo necesita de grandes coacciones para movilizar a su gente. Si recuerdan bien, una especie parecida a la que inventó Ibsen Martínez en vísperas del referéndum revocatorio, y que elucubraba en las posibilidades de un supuesto voto oculto.

El 3-D permite cerrarle el paso a estas fábulas políticas: no había ningún voto oculto, y si lo había, estaba del lado de la oposición (el llamado cripto-chavismo). Lo esencial del asunto es que las evidencias no sólo estaban en las encuestas. También estaban en la calle, lo que sucede es que muy pocos hacen el ejercicio de contar a la ciudad desde todos sus extremos. La exclusión comienza allí, en el terreno simbólico, cuando una parte de la sociedad no cuenta a la otra, no la da por cierta, por viva. Y esa zona de la que no se habla, la que no se cuenta, la conocemos bien desde hace décadas: es la misma zona que las elites intelectuales, mediáticas y opináticas no han querido ver, e incluso la han negado reiteradamente.

Una de las enormes ganancias que he tenido en estos meses de vuelta al país, ha sido precisamente el hecho de que he conocido esa otra ciudad que hace ahora la política, e incluso impone sus imaginarios e idiosincrasias. Los hemos venido diciendo en este blog: aquí cambiaron los paradigmas de la política, y cuando eso ocurre, el que más puja por esos cambios, quien más los arenga y los propulsa, siempre lleva una ventaja. La clase pobre manda cada día más, y da orientaciones precisas para desarrollar una política acorde con sus expectativas y esperanzas.

La oposición, en ese sentido, ha ido a la retaguardia del proceso en estos años. Por un lado, reivindicando viejos valores de una democracia que se perdió hace décadas. Y por el otro, buscando apenas capitalizar los descontentos que deja la nueva política. Así, sin redimensionar su proyecto, sin reelaborar una esperanza duradera, sin articular una política que sea del interés de las mayorías más pobres, la oposición ha venido, cíclicamente, deslizándose poco a poco en un fatal descenso, al punto de que Chávez, desde 1998 hasta hoy, ha logrado ascender casi 9% a pesar de todos los golpes, paros, desconocimientos, corrupción, ineficacias y burocratismos varios que hemos vivido.

El campo de la política

Para los que sentían la ilusión de ganar el domingo, tiene que recordárseles que el liderazgo de Manuel Rosales apenas prendió motores a mitad de año. Y apenas fue entonces cuando se embarcó en una estrategia de contacto directo con sus electores, en barrios y caseríos. La instantánea pudo servir para analizar la dimensión de los descontentos, los límites de las políticas gubernamentales y la sonora deuda que tiene el país con los sectores populares. Pero apenas fue eso: una instantánea que, para consolidarse en el tiempo, requiere de un esfuerzo mucho mayor que salir en Globovisión o en RCTV todos los días. El descontento existe, pero hay que saberle dar forma organizativa, programática y con liderazgos específicos. Rosales hizo una campaña impecable, donde utilizó su potencial al máximo. Y el hecho de que haya llegado al final, y haya asumido la derrota con todos sus resultados, habla de un nuevo tiempo para la política venezolana, en el que ambos sectores, por fin, tienen que bailar en la misma pista de baile.

De manera que la paliza, la ventaja, o como quiera llamársele a este resultado, no es sólo un triunfo del chavismo. Tiene que ver, sobretodo, con la postura –valiente por demás– que asumió el liderazgo opositor. No es lo mismo sacar 7 millones de votos en Venezuela, que sacar 7 millones y que el adversario lo reconozca. De este modo, se empiezan a saldar las cuentas que vienen distorsionando sistemáticamente la acción política desde agosto de 2004. Eso se lo debemos a Rosales, a sus instintos políticos y a su intención de seguir capitalizando descontentos en medio del turbulento proceso de cambios. Lo ideal hubiera sido que esta derrota fuera asumida en agosto de 2004, y no dos años después. Ese retraso también impidió, a mi juicio, mayor vuelo a la campaña opositora, pues uno de los asuntos fundamentales es que el chavismo de calle -la gente, el pueblo- quiere que se le reconozca como nuevo protagonista de la política venezolana.

Lo que viene

Muchos dudan que la arenga sobre el socialismo del siglo XXI pueda haber influido masivamente en la elección. Hay que recordar que estos términos y estas palabras funcionan como significantes vacíos, que se llenan de contenido y aspiraciones concretas. Es decir, no responden a su propia historicidad, siempre son más contingentes de lo que se piensa. “Socialismo del siglo XXI”, al igual que “revolución bolivariana”, o “democracia participativa y protagónica” son significantes que hablan de un determinado deseo de justicia, de igualdad, de inclusión, de participación, de reivindicación. Llenan el espacio o el hueco de lo simbólico, y permiten abrir una alternativa, en este caso al mercado y sobretodo a la visión neoliberal que se tiene del mismo.

A esta amalgama ideológica-concreta que ha desarrollado el chavismo, hay que agregar dos estrategias que fueron sumamente importantes en la carrera electoral. Una de ellas tiene que ver con una política macroeconómica que le sigue dando ventajas a los que más poder adquisitivo tienen, por lo que el país se permeó de ganancias petroleras y mucha gente pudo comprar inmuebles, carros y hacer viajes al exterior, cosas que no se habían podido hacer en los últimos años. Y por otro lado, mostró en noviembre la capacidad que tiene para hacer obras públicas, con lo que terminó de convencer a los que dudaban de la eficiencia del oficialismo. De manera que una política para la clase media, y otra para los más pobres (metro, trenes), sumada a la voluntad de justicia e igualdad, terminó por conformar una estrategia electoral convincente y claramente victoriosa.

El 3-D, en este sentido, resume lo que viene apareciendo desde 1998 ininterrumpidamente: un país que promueve una nueva hegemonía, que vota sistemáticamente por la profundización de un cambio y de una nueva política, que gire alrededor de la justicia y de las reivindicaciones populares. ¿Qué ocurrirá ahora? En primer lugar, creo positivo que la oposición y el chavismo se reconozcan mutuamente en el rol que les corresponde desde agosto de 2004.

Eso significa que la oposición es un actor político sólido, que tiene un líder y defiende unas ideas que son contrarias al proceso hegemónico que se viene desarrollando. Esto obliga a pensar que el conflicto político continuará, aunque el tenor puede variar sensiblemente. Este año será un año de “reconciliación”, es decir, de cierta despolitización cotidiana, de cierta deshisterización y de ciertos esfuerzos por normalizar, al menos como plan inicial de gobierno, las relaciones entre ambos bandos. De esta “reconciliación” podría surgir, definitivamente, una hegemonía capaz de darle durabilidad al sentimiento de las mayorías. Una oportunidad más que necesaria para todos, dado que el país está enfrentando gruesas transformaciones que merecen un debate más vivo, más intenso, más profundo y plural, de todos los aspectos que nos conciernen como ciudadanos.

Así que la escena está servida para la política tal como la comprendemos. La oposición saldrá a la calle para defender lo que piensa y para organizar y darle cuerpo representativo a sus voluntades (a mí modo, debe exigirse una nueva Asamblea Nacional). El chavismo tendrá que mejorar su eficiencia, transformar el Estado y responder a las demandas de cambio de la sociedad venezolana. Lo tendrá que hacer, siempre, debatiendo con sus corrientes internas (que son muchas), y también con esa oposición más o menos irreductible que votó el 3-D. La precariedad es el signo fundamental de estos tiempos, en los que hay rotundas mayorías y consistentes minorías, pero todas atravesadas por intereses, visiones y diferencias que obligan a una acción política constante.

Si desde el 2002 hasta el 2006 fue el período de los excesos, de las acciones que contrariaban las normas y los acuerdos, de las salidas extra constitucionales y de los suicidios políticos, quiero pensar que esta etapa que comienza ahora será la etapa política por excelencia. Pero no se equivoquen: política aquí no significa armonizar a todo el país y liquidar el disenso. Por el contrario, política significa conflicto, debate, disenso, discusión y reacomodo de las identidades políticas y de sus respetivos territorios…

Feliz año...








11/28/2006


Un nuevo momento
para la imaginación política


Se cerró la campaña. Ambos candidatos convocaron, el fin de semana, a sendos actos multitudinarios en los lugares y los sitios que le han sido, simbólicamente, importantes en estos años. La oposición se apertrechó el sábado en la autopista, y creó una imagen abultada de multitud que rememoró los tiempos de las grandes movilizaciones, entre 2002 y 2004. El chavismo recurrió a la avenida Bolívar, la vía que le ha servido, en períodos más polarizados, para mostrar su verdadero caudal humano, y para desmontar la versión de que en el país había muy pocos rojos, rojitos. Ambas fuerzas, en definitiva, mostraron ante la televisión y ante la construcción mediática que se hizo alrededor de estos eventos, lo que son capaces de movilizar. El país, en este sentido, muestra sus límites y sus tareas políticas por venir. Tareas que son incansables, y que requieren de un ataque de imaginación política: refundir, remezclar, replantear esas multitudes aparentemente imposibles de juntar, en aras de crear una hegemonía más amplia, más contundente y más duradera. Más inclusiva.

Es el momento de sumar, no de restar. Esa es la lógica política que impera en los ciclos electorales. De allí que cada bando tenga que diversificar sus modos, sus mensajes, sus arengas. Si Rosales se cuidó por meses de no hacerle la escena a los radicales opositores, este sábado insistió en saludar públicamente a Patricia Poleo, adalid mediática de las fuerzas abstencionistas, y hablar en nombre de los exiliados y de los presos políticos, todos relacionados con el golpe de abril y el paro petrolero. Rosales asume, de esta manera, que en el afán de conseguir a las mayorías, tiene que hacer concesiones importantes con los sectores talibanes de la oposición. Hasta le hizo una loa a Globovisión por ser un canal imparcial, y por su lucha sostenida en estos años. Mensajes, todos, que generan un cortocircuito en el grueso de sus seguidores, y hablan de una oposición sin identidad sólida.

Con Chávez pasa exactamente igual. Ha tenido que sostener, una y otra vez, para no perder el eje de sus seguidores radicales, esa loa infatigable a la revolución cubana y a su caudillo eterno, Fidel Castro. Ha tenido que decir que aquí no hay cabida para otro proyecto político, y que la reelección indefinida va. Todos, puntos que para un chavista de la calle, moderado, sin grandes pasiones ideológicas, le parecen intimidantes y, cuanto menos, peligrosos. Entre ese mensaje y el de “aquí cabemos todos”, usado en el mismo discurso, se muestra también que el chavismo no es un ejército homogéneo, sino una suma de singularidades, de grupos sociales, de organizaciones con tenores y demandas diversas.


Los tonos de la campaña

No se confundan. El entusiasmo y efervescencia de los opositores en los actos de campaña, no puede compararse con los del chavismo. Hay quienes insisten, de manera maniquea, en esto: que la felicidad, la alegría, el entusiasmo son sentimientos que acompañan a los actos de Rosales, en cambio los de Chávez están hechos de clientelismo, obligatoriedad e imposición. Quien haya ido a las marchas del chavismo podrá constatar un entusiasmo y una efervescencia hacia el líder, nunca vista en la historia política venezolana. Pero hay matices que vale la pena distinguir. La oposición no se uniforma, es variada, está hecha de lazos livianos, efímeros, que son producto de una gran estrategia electoral que sacó del pesimismo y de la desmovilización a muchos sectores que compraron el abstencionismo entre 2004 y 2006. Su efervescencia, en este sentido, es expansiva, reaviva sentimientos y esperanzas que se habían dormido, y por ello esas multitudes emanan una energía entusiasta.

En cambio, en el chavismo se produce otra cosa. Es asombroso cómo en estos años se ha consolidado una fuerza política al mejor estilo de los años dorados de AD. Una fuerza que asume con orgullo un color, y una identidad política definida. No se confundan. En la avenida Bolívar no había caras de gente obligada. Había gente que ya se encuentra en otra fase política, muy distinta a la de la oposición: es una fase de organización, disciplina partidista y compromiso con un proyecto político dado, que a pesar de todos los errores cometidos, ya está bastante más definido y perfilado de lo que se encuentra el de la oposición. Así que no saquen las mismas cuentas que saca Globovisión: aquí hay dos multitudes desfasadas, con lógicas y dinámicas totalmente diferentes. Con un feeling radicalmente distinto.


Izquierda vs derecha. El momento populista

No sigamos en el estéril y anodino debate de hacer distinciones entre una izquierda ilustrada, culta, que come con cubiertos (y que apoya a Rosales), y otra izquierda bárbara, fanática y despeinada. Aquí, poco a poco, y bajo fuertes conflictos políticos, se ha venido perfilando un proyecto claramente de izquierda. Este proyecto puede resumirse en los siguientes términos:

1.-A partir de una posición deliberante, se produjo un debilitamiento moral y político del neoliberalismo y de sus formas de expresión (Rosales ha tenido que diseñar una campaña en tono populista para desmarcarse de las retóricas sifrinas y diferenciadoras del neoliberalismo, que imperaron en los años duros de la polarización), que han abierto el campo para la expresión, organización y crecimiento de otras retóricas y de otros actores sociales y políticos, que se agrupan alrededor del chavismo. El debilitamiento del neoliberalismo ha abierto el espacio para pensar el socialismo del siglo XXI, por más que la categoría nadie pueda definirla hoy claramente.

2.-Este debilitamiento moral y político ha venido acompañado de la reconstrucción de la figura del Estado, y de su papel fundamental en la redistribución de la renta, o en la visión de que los verdaderos avances sociales y económicos sólo son posibles si acortamos las distancias de la desigualdad. Así que el tema no es sólo de inclusión y oportunidades, es también de justicia y reducción de la desigualdad entre unos y otros.

3.-Desprivatización del sector público. Una recuperación de la visión de que privatizar puede que traiga beneficios inmediatos, pero arrastra en lo sucesivo problemas de gobernabilidad muy serios, al hacer que nadie, ninguna institución política, pueda contener las diferencias, las exclusiones y las demandas de la gente. Por eso, las empresas privadas han tenido que introducir el término de “responsabilidad social”, para llenar un espacio, un hueco, que nadie quería asumir. La inversión social, por más defectuosa que haya sido, es la más cuantiosa que se ha dado en los últimos 20 años.

4.-Una nueva política tributaria, hecha en función de reducir las ganancias de los que más tienen. El tan ansiado y nunca resuelto tema del cobro de impuestos parece haber agarrado un nuevo aliento en estos años.

5.-Una política petrolera en función de las numerosas deudas sociales, especialmente en el área de la educación y la salud.

La derecha ha tenido que recurrir a un viraje muy interesante de su retórica, e insistir en ofertas que ya se encuentran muy posicionadas en el imaginario colectivo, especialmente el popular: como el de las misiones y el de la tarjeta mi Negra, que sólo surge dentro del contexto de la creación de bancos comunales y de la posibilidad de que se transfieran, definitivamente, los recursos del Estado a los sectores pobres. Sin embargo, no se sabe aún cómo Rosales se ubica con respecto a estos puntos que la izquierda ha impuesto en el debate público: ¿hay que reducir el Estado?, ¿hay que privatizar Pdvsa? ¿Hay que recuperar como valor el mercado y el libre comercio? Esas son ideas que andan hibernando dentro de la retórica populista que impera en la oposición.

En el gran momento populista que vivimos –es el recurso retórico que manejan ambos sectores para encantar a las masas y mantener las esperanzas de las multitudes en alto- por lo menos puede decirse que en 8 años de chavismo, se ha venido definiendo una agenda política (a pesar de la ineficiencia, el sectarismo y la adulación fácil). En esta campaña, la oposición ha pasado por debajo de la mesa sus radicales diferencias con respecto a esta agenda política.

Más que nunca, este 3 de diciembre será la confirmación de dos visiones, de dos agendas y de dos maneras de encarar el futuro. Después del 3-D, volverá la necesidad de crear nuevos modos, nuevos puentes, nuevas maneras de garantizar que las diferencias no sean irreconciliables. Después del 3-D, vendrá un nuevo momento para la imaginación política, para crear una estrategia de reconciliación, de interpretación y aceptación de los otros, que ayude a establecer metas y consensos más duraderos en la Venezuela del siglo XXI. Veremos…

11/20/2006

Una entrevista
El amigo y periodista Oscar Medina me propuso un breve cuestionario para la revista Sala de Espera, donde él tiene una sección llamada Gente como uno. Yo se lo respondí, y a pesar del breve espacio que Oscar tenía, reflejó bien lo que yo había querido expresar en cada una de las preguntas. He aquí, sin embargo, la versión ampliada, que quería compartir con ustedes.
¿”La última vez” de qué? Esta es la pregunta que ya te deben haber hecho todos tus amigos: ¿de qué trata tu novela? ¿Es posible explicarla en pocas líneas sin contar el final?
-La última vez tiene que ver con una anécdota íntima y dolorosa, una experiencia de fuga que se va mezclando con un paisaje en desintegración, el de mi Caracas finisecular, hasta conformar una situación límite, en la que hay cosas muy importantes y cercanas que empiezan a desaparecer, a borrarse, que vemos por última vez. De manera precisa, y para no adelantar grandes cosas de la novela, esta es la historia de una familia clase media en caída libre, donde uno de sus miembros muere de sida y su padre decide desaparecer en pleno entierro. A partir de estas dos experiencias de fuga, de un misterio y de una pérdida se arma esta historia.

Es como un batacazo, ¿no? Primera novela, primer premio literario… ¿O antes había algún libro oculto por ahí?
-Ja, ja. Bueno, sí, parece todo un batacazo. Tu pregunta me hace recordar otros grandes batacazos que se han producido en mi vida. No vayas a pensar que ha sido el único. El primero, y el más célebre de ellos, sin duda, fue cuando pegué un cuadro con 6 a los 19 años, y agarré tremendo arrecherón porque había resultado ser mercado libre, y sólo pagaron 600 bolívares a cada ganador. No me lo podía creer. No volví a jugar nunca más a los caballos, porque me había vuelto un obseso de la lógica del azar, y sabía que pegar nuevamente un cuadro con 6 era como demasiado. Así que abandoné definitivamente la enfermedad de los juegos de envite y azar, como le dicen, y quizá exista allí una clave para comprender por qué terminé desplazándome con los años a un oficio tan precario, tan desafortunado y tan poco rentable como es el de la escritura. Nunca me había atrevido a probar en los concursos literarios –aunque todo escritor tiene recuerdos vívidos de alguna derrota, y también algunos libros que permanecen en el fondo del closet– pero me pareció que hacer una novela durante más de dos años respondía a un esfuerzo y a una pasión desbocada, que merecía la pena ser sometida a valoración de los otros. Esa es la historia de este nuevo batacazo, y una confirmación de que no estaba equivocado, que si quería no repetir la estafa del azar, como la de aquellos purasangre que corrieron un domingo de mayo de 1987, debía escribir y escribir, y mandar mi novela a un concurso serio y digno, como es el de la Bienal Adriano González León.

¿Para escribir de algo que sucede en Caracas es mejor la distancia?
-No lo sé. Cuesta tener una fórmula precisa para escribir sobre lo que más se mueve por tus venas. La única conclusión que puedo sacar al respecto es que el periodismo me sirve para estar dentro de la realidad, algo alienado por ella, y la ficción me permite deslastrarme de sus poderes hipnóticos y explorar mundos interiores que jamás habían salido a flote. Por más que La última vez esté llena de referencias cotidianas y concretas, hay una exploración totalmente ficticia de la ciudad. Para ser exactos: el diseño de un mundo hecho muy lejos de Caracas. Explorar esa esquizofrenia que todos llevamos adentro se ha hecho para mí un asunto indispensable. En la ciudad de las postales multiculturales, como lo es Barcelona, no hacía más que pensar en mi convulsionada y apocalíptica Caracas. En la ciudad de los demonios, desde que llegué a Venezuela, no he hecho más que pensar en la mimética calle del Barrio Gótico, donde viví feliz durante casi cuatro años. Desde esa disociación intento echar a andar mi segunda novela.

¿Qué es lo primero que uno hace cuando le dan el cheque de un premio?
-Mira, yo no sé lo que harán los demás, pero te puedo decir lo que yo hice: tomé el cheque, bajé a una agencia de mi banco, lo deposité, crucé una calle y entré a una agencia de viajes, y reservé dos pasajes para Barcelona. Fiel a los asuntos propios del azar, no me esperaba el premio, así que lo que llega sin avisar, también debe irse sin avisar. Pasaré el año nuevo rindiéndole un rotundo homenaje a la ciudad que vio crecer mi novela, que me incitó a probar experiencias que, de otro modo, jamás hubiera tenido, y a ordenar una cantidad de recuerdos y vivencias que seguro terminarán entrando en esa máquina caníbal e insaciable que es la ficción, que no reconoce ningún copyright.

Cuando se publique la novela, a principios del año próximo, te tocará el trabajo de promoción: ¿qué tal la perspectiva de no ser tú quien haga las preguntas?
-Bueno, que ya era hora. A nosotros los periodistas nos dio en estos años por creernos reyes de la vida, porque nos reservábamos las preguntas y ordenábamos las respuestas. Así que esta experiencia contraria me llena del terror propio de quien se siente observado, precisado e interrogado. Otra disociación, como la de la distancia, que vale la pena explorar.

¿Ya tienes lista la pose para la foto de la solapa del libro?
-La verdad que no. Pero tengan la seguridad de que ni tengo obsesiones con aparecer como un prócer ilustrado, encerrado por la incomprensión de lo telúrico en una carraca, ni tampoco como un héroe desafiando imperios y rastreando las terribles rutas del azufre. Será una imagen, en mi caso, que intente proyectar esas disociaciones, esos mundos, esos cruces que me marcan y me definen. La avenida Libertador puede ser un preciso paisaje para esa foto, una vía-puente que se desplaza como un travelling por las realidades más contrastantes de la ciudad, un lugar en el que nadie se quiere detener, ni reparar. Yo en esos lugares me siento cómodo, como para una foto.

¿Porqué tantos venezolanos artistas, intelectuales, periodistas escogen siempre Barcelona? ¿Porqué no se irán, por ejemplo, a Sevilla?
-Nos persigue un sueño cosmopolita, un proyecto de ciudad armónica, limpia y segura, que sirve de contrapunto ideal al trauma y la violencia caraqueña. Pero resulta, y ese es uno de las grandes tragicomedias del exilio venezolano en Cataluña, que esa imagen de ciudad mediterránea de las culturas –tolerante y para todos– es pura fachada y pudo mercadeo turístico. Que se disfruta, no cabe duda, pero allí sientes la terrible y necesaria experiencia de no estar en el lugar, de no pertenecer nunca al lugar. La moda hizo de Barcelona la ciudad perfecta para un venezolano enloquecido con la anarquía, pero quien descubre Sevilla, por ejemplo, diría que está dispuesto a cambiar el tan pregonado cosmopolitismo por un rato de picardía y sabor andaluz.

Ahora que ya pasaste a la categoría de “autor venezolano”, ¿qué libros de autores venezolanos recomiendas?
-¡Qué vaina con las categorías! Primero por lo de autor, y segundo por lo de venezolano. En este mundo donde vivimos, ya no hay nada como un adentro y un afuera, es decir, tenemos muchas referencias fuera de lugar, fuera de las fronteras. ¿Raymond Carver es venezolano? ¿Julio Garmendia no será argentino? ¿Estás seguro que Francisco Suniaga no es alemán? ¿o que Roberto Bolaños no es mexicano? Con los afectos pasa otra cosa: se arraigan y terminan generando su propia estética y su propio color. Por eso se me hace irresistible no recomendar toda esa narrativa urbana que leí con pasión desde los 20 años, y que va de Guillermo Meneses a Adriano González León y Salvador Garmendia, que va de Carlos Noguera a Angel Gustavo Infante, que va de José Roberto Duque a Israel Centeno y Juan Carlos Méndez Guédez. De una u otra manera, estos autores han intentado, vanamente, contar mi cuidad, capturarla en sus tragedias y sus imágenes pasajeras. Sin embargo, hay que decir que hay dos libros que me encantan en estos tiempos: La otra isla, de Francisco Suniaga, y Un sueño comentado, de Rubi Guerra. Dos orientales, casualmente, uno margariteño y el otro cumanés.

¿Y algún escritor que hayas “descubierto” durante tu estancia catalana?
-Qué te puedo decir. El gran descubrimiento de la literatura europea, para mí, fue la obra del fenecido alemán S.W. Sebald, un hombre con una escritura diáfana en la superficie, pero capaz de tejer extraordinarias y sofisticadísimas correspondencias entre la memoria y la realidad, entre la ficción y la historia. Su novela Austerlitz, y sus relatos-crónicas de los libros Los exiliados y Los anillos de saturno, son sencillamente piezas magistrales que invitan a asumir la escritura de una manera nunca inocente. Estar en España, especialmente en Barcelona, significó para mí encontrarme plenamente con autores como Enrique Vila-Matas, con todos sus vaivenes y con todas sus lúcidas intuiciones: la escritura es un simulacro infinito, una derivación despiadada. España es la capital editorial de Hispanoamérica, allí también descubrí los cuentos de Sergio Pitol y su insuperable maestría, quizá sólo comparable con Borges. Allí también conocí a esos impresentables perdidos, llamados Mortadelo y Filemón.
¿Sueñas con ver tu novela en manos de los piratas de la autopista?
-Sueño con ver mi novela en mano de todos los piratas del mundo, que son personajes encantadores desde que apareció el Sandokan de Salgari. Creo que la literatura está viva si hay lectores, estén donde estén, y se llegue a ellos como se pueda llegar. Para un consumidor compulsivo, como yo, del mercado de la informalidad, no puedo menos que soñar con verme arruinado, sin una puya, pero rey entre los señores del mundo buho. Así que ese es el test hoy de nuestro mercado cultural ¿estaré yo a la altura de eso?

Si la llevaran al cine, ¿cuál sería el soundtrack de la historia que escribiste?
-Pienso que sería una rockola imposible que vaya de Caetano Veloso a Benny Moré, de Daniel Santos a Gil Scott-Heron, de Juanga a Los Amigos Invisibles. Creo que mi ciudad tiene todos esos tonos, basta con pasarse temprano en la mañana por Sabana Grande, cuando los buhoneros construyen su propia ciudad, para percibir que la rockola está viva, y llega a ser una experiencia tan disonante como algunas de las piezas del brasileño Chico Science. Creo que Caracas es todo un maracatú atómico, y La última vez en película debería reproducir, como un hondo homenaje, esa locura rítmica.

11/14/2006

Edgardo Lander, sociólogo

“El proceso requiere de nuevos liderazgos”


Este es uno de los investigadores del fenómeno de la nueva izquierda continental (ver La nueva izquierda en América Latina, Norma, 2004) y sostiene que el caso de Venezuela es, quizá, el primer intento de transformación profunda de la sociedad a nivel global, después de extraviarse el Dios de la Historia. Sin embargo, advierte que hay grandes dificultades en el proceso, que tienen que ver con la democratización. Tajantemente, afirma que en un ambiente de sectarismo e incondicionalidad, “si después de 14 años, se sigue dependiendo exclusivamente de la reelección de Chávez, entonces podemos decir que este proceso fracasó”. Esta entrevista, ampliada, puede conseguirse en el número de este mes de la revista Exxito


–¿Venezuela se encuentra inmersa en un proceso de reformas o de transformación?
–Hay cambios importantes y también dificultades importantes. El cambio quizá más importante es la transformación de la cultura política en los sectores populares. Chávez le da voz a esos sectores y logra de esta manera una transformación importante de la cultura política, abriendo el espacio a las representaciones populares. Pero no sólo fue darle voz y sentido al descontento y a la exclusión, sino agregó una capacidad, desde la gestión pública, de llevar a cabo políticas como Barrio Adentro y las misiones. Pienso que hay un proceso que efectivamente está transformando a la sociedad venezolana de manera profunda.

–El reconocimiento de que Chávez y su gobierno hayan transformado la cultura política de los sectores populares, hace que necesariamente su gestión salga eximida?
–No estoy diciendo que todo esté resuelto, que estemos caminando hacia delante y que el futuro nos pertenece. Los cambios sociales nunca son fáciles, porque a diferencia de épocas anteriores, donde las fuerzas de la izquierda tenían más o menos clara la dirección de esos cambios, ahora eso no es así. Somos, probablemente, el primer intento a nivel global de transformación profunda de una sociedad, después que el Dios de la Historia se perdió. Eso no es poca cosa. No está claro el modelo de sociedad que se quiere, eso tiene ventajas y también desventajas. Tiene la precariedad de no saber a dónde se va. Tiene la ventaja de que se puede construir en el camino, que se puede ir definiendo una sociedad más democrática y plural, sin partir de un dogma o de un modelo escrito de antemano.

–¿Cuáles son las dificultades que le atribuye al proceso?
–Diría que hay un problema muy complejo de institucionalidad, que tiene que ver con la precariedad del Estado venezolano, que fue sometido en los 90 a una sistemática política de desprestigio, de deslegitimación. La función pública fue desacreditada, los salarios son muy bajos y también la formación del empleado. Es una precariedad que no ha sido resuelta y que sigue aumentando. Se han desarrollado otras opciones, vía las misiones y los consejos comunales. Pero hay problemas que tienen que ver con la eficacia de la gestión y con la construcción democrática. El tema de la transparencia, de la contraloría, de la participación de los sectores sociales se hace más difícil cuando hay una precaria institucionalidad, porque no se sabe cómo son los procedimientos. Creo que hay una relación entre institucionalidad y democracia que no está resuelta. No podría decir que hay más corrupción que antes, pero los poderes públicos se han debilitado y las nuevas formas de contraloría social todavía no pasan del nivel local. En esta transición, quedan grandes vacíos. Eso conspira contra la percepción democrática e institucional.

–Las instituciones no pueden crecer mientras no existan verdaderos contrapesos, y no dependan de un liderazgo tan fuerte, que marca los tiempos y las agendas del debate
–Para evaluar el liderazgo hay que verlo en tensión, en qué momentos ese tipo de liderazgo es capaz de movilizar, articular e incorporar, y en qué momento puede convertirse en un obstáculo. Eso es lo que hay que discutir. El liderazgo de Chávez, como dije, tiene la capacidad de darle voz a los que no tienen voz, la capacidad de articular imaginarios colectivos. Creo que tiene una extraordinaria capacidad pedagógica, que a los sectores intelectuales medios les aburre infinitamente y les parece horrible. Chávez coloca además los temas de la agenda, que van dándole una dirección al proceso. Todas esas cosas han sido estrictamente importantes, en un contexto donde no existía un proyecto político, ni unos partidos, que eran los instrumentos tradicionales para la transformación. Pero llegado el momento hay que asumir cómo se le da continuidad al proceso de cambios.

–Pero el líder quiere ser indispensable hasta el 2021
– Se asume que con la probable reelección de Chávez se abre un período en el que el reto es darle continuidad democrática e institucional a este proceso, y eso significa la promoción de nuevos liderazgos, una mayor institucionalización de la gestión pública, la creación de instancias democráticas efectivas, donde la apropiación de lo público sea más igualitaria. Pero si de antemano se asume que se va a cambiar la Constitución para lanzar la reelección indefinida, se pospone a futuro el tema de esta construcción social alternativa. El razonamiento implícito es que estos temas del proceso no importan, porque para entonces también estará Chávez en las elecciones siguientes. Me parece que lejos de hacerle un favor al fortalecimiento del proceso, no se están asumiendo los problemas que implica la construcción del orden democrático, que no puede depender de una sola persona. Hasta ahora el liderazgo de Chávez ha hecho posible una cantidad de cosas, pero si después de 14 años se sigue dependiendo exclusivamente de su reelección, entonces podemos decir que este proceso fracasó.

–¿A qué responde la propuesta de perpetuarse en el poder?
–Yo he encontrado en mucha gente y en diversos lugares la idea de que hay preocupación por muchos asuntos, por la falta de institucionalidad, por la corrupción, por el papel de los líderes regionales que no merecen ser gobernadores y alcaldes. Y me he encontrado también a gente que dice “lo importante es ganar las elecciones y después hablamos”. Hay la intención de correr la arruga, y resulta que hay muchos debates pospuestos, que son importantísimos.

–Hay diputados y dirigentes de base que están promoviendo otra Constituyente para el 2007, porque consideran que el problema está en la propia Carta Magna
–Cuando me refiero a discutir temas fundamentales para la construcción democrática, no me refiero a un proceso constituyente. Tenemos años de experiencia en el poder como para definir hasta dónde hemos llegado y para dónde queremos ir. Por ejemplo, hay una tensión no resuelta, que se traduce en pensar que un Estado débil, pero rico, tiene capacidad para colonizar y controlar a la sociedad, porque va promoviendo la inversión y creando organizaciones gracias a los recursos petroleros. Y por otro lado, hay un proceso de autoorganización popular, autónomo, que va generando capacidad para controlar la gestión pública. Esas dos cosas están pasando hoy. La experiencia del agua es una de las más ricas en materia de autoorganización social, donde la gente se apropia de lo público y toma decisiones a través de las Mesas Técnicas de Agua. Pero hay otras áreas como las de las cooperativas, donde los mecanismos están hechos en función exclusiva de la transferencia de recursos del Estado. Todo eso requiere discusión: cómo fomentamos la dimensión democrática de la organización autónoma, y cómo debilitamos la relación clientelar con el Estado. ¿Cómo podemos avanzar en la conformación de una sociedad democrática, que sea cada vez más democrática? Ese es el reto.

–¿No falta fortalecer el consenso con miras a inaugurar otra era de gobernabilidad?
–Debemos también discutir la manera como se construye una hegemonía. Para darle continuidad al proceso de cambios, tiene que haber un proyecto que tenga capacidad inclusiva para la mayoría de la población. Obviamente habrá gente que se sienta perjudicada y no esté de acuerdo, pero no se puede pretender que un proyecto político tenga continuidad y estabilidad en el tiempo, con un 30% de la población que se siente que no tiene ningún papel que jugar en él. El reto es cómo construir una propuesta de país que dé espacios a los otros, que reconozca que los otros no sólo están, sino que seguirán estando, que forman parte de esta sociedad. Si no se hace eso, lo que vas a tener a cada rato son intentos de golpe de estado. Si le dices a una gente, “tu no eres de aquí, vete para Miami”, entonces estás alimentando la fábrica golpista. Eso crea inestabilidad.

–¿Por qué la reelección indefinida se vuelve un aspecto medular en la campaña?
–A mí me parece negativo un tipo de liderazgo que genere en su entorno incondicionalidad. Eso es una deficiencia política, porque la construcción de una sociedad democrática significa ir aumentando paso a paso los niveles de participación. Implica que tiene que haber otros liderazgos y otras instancias colectivas, que tiene que haber confrontación de proyectos y debates. Hay una política de la avestruz: como tenemos líder, no tenemos que preocuparnos por lo otro. La pregunta clave es si la sociedad venezolana está construyendo un proyecto político con carácter de continuidad, en el que no haga falta Chávez.

–¿Usted que cree?
–Yo creo que es un saldo débil, porque pareciera que asumir esta situación como problema es ser antichavista. Y esto no tiene nada que ver. Uno puede reconocer el importantísimo papel que Chávez ha desempeñado en el proceso de transformación, pero también reconocer que toda construcción de una sociedad democrática debe ser pensada más allá del líder. Ese planteamiento es perfectamente válido, no hay contradicción alguna, pero en un ambiente de sectarismo y de incondicionalidad, de identificación del proceso con el líder, pareciera que uno es antichavista.

–¿Y qué le parece la propuesta de crear un partido único?
–Estoy en desacuerdo. La construcción democrática de una sociedad debe partir, en primer lugar, del reconocimiento, celebración y fomento de la pluralidad del debate y sus alternativas. Es difícil pensar en un partido único que a su vez incluya la pluralidad y las tendencias. Ese carácter unitario del partido es una remembranza del partido de Estado del orden socialista, y a mí me parece que eso requeriría otro debate profundo. Pareciera que no hemos aprendido de la experiencia del socialismo del siglo XX. Hay que tener claro que éste fue autoritario, no democrático. Yo no tengo problemas en que se retome el tema, pero con un debate intenso y honesto en el cual se esté dispuesto a romper con los elementos autoritarios de la experiencia socialista pasada.

11/05/2006

Los límites de la política venezolana


No es nada nuevo, y ha sido estudiado por politólogos y filósofos como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. La política, venga de la izquierda o de la derecha, es una operación que al afirmar una tesis –justicia o libertad, por ejemplo– también termina afirmando una exclusión. Esto hace que la política, venga de donde venga, tenga sus límites, siembre sus propios muros e identifique a sus adversarios. En el acto de definir una identidad, unas ideas y unos aliados, se está dejando el campo abierto para que lo Otro se organice, desde la diferencia y el antagonismo. Así que no creo en fórmulas de inclusión plena, ni en utopías que nos hablen de un Bien para todos. Pero tampoco creo en la aniquilación del contrario, y en la reducción a su mínima expresión. Recuerden que el nombre de este blog es “Zona de Conflicto”, porque quiere pensar, precisamente, los límites y las exclusiones de las políticas. Paradójicamente, ese límite es el que hace posible el juego democrático (en cuanto conflicto de ideas, visiones, modos de vida, enfoques de convivencia, planes de desarrollo).

No se escandalicen tan temprano: la exclusión es la base de toda lógica democrática. Lo que no puede pensar o capturar una política, termina rearticulándose como una fuerza en conflicto, como una resistencia, como otra opción. Para rescatar una idea de la democracia que sea menos formal, hay que pensar la política y sus exclusiones como un límite de la hegemonía en el poder. El liberalismo, para sortear el callejón sin salida, creó la fórmula del consenso entre los diferentes agentes y actores sociales. La fórmula es convincente: ante tantos conflictos y eventuales diferencias, hay que ampliar las alianzas y los apoyos para garantizar la gobernabilidad en el tiempo. El problema de hoy en Venezuela, y en el mundo entero, es que cada vez hay menos “representantes” de algún grupo social definido (empezando por los líderes sindicales, líderes empresariales y líderes de los partidos políticos: la precariedad del trabajo, la economía informal y la crisis de los partidos han hecho estallar la legitimidad del consenso y de sus tradicionales actores). Es por eso que asistimos a un panorama de conflictos, excesos y retóricas aniquiladoras, que son producto de una gran confusión y anomia del campo social.

Dos ejemplos y una misma práctica

La idea de la política y sus exclusiones se hizo patente, recientemente, en dos sucesos de esta campaña electoral, y que se han prestado para que cada sector político –Chavismo y Oposición– se apropien de uno de ellos, hagan uso de él, lo subrayen, lo conviertan en un argumento y un lema convincente para cohesionar a los suyos y para denunciar a los otros. Ambos sucesos provienen, a tono con estos tiempos espectaculares, de situaciones mediáticas en las cuales los interlocutores desconocían los efectos que el discurso podía tener fuera de la tribuna dada. Por un lado, Manuel Rosales, quien venía haciendo una campaña impecable con un enfoque inclusivo (toda campaña debe desmentir los hechos propios de la política, toda campaña es un gran acto demagógico), aceptó una entrevista en un programa en Miami, en el que estaban muy ansiosos por conocer sus posturas políticas en torno a Cuba y a la naturaleza del chavismo. De allí salió la infeliz expresión “los parásitos”, para hablar de los que apoyan al Presidente, y la voluntad de cortar inmediatamente el convenio petrolero con Cuba.

Pensando que la tribuna miamera, como se le nota a la moderadora del programa, se iba a sentir muy satisfecha, Rosales habló como si eso jamás fuera a circular en Venezuela. El candidato opositor estigmatizó en su discurso a un universo electoral específico: los que apoyan al chavismo y a los beneficiarios sociales del programa Barrio Adentro, puntal de las estrategias gubernamentales de salud pública. Rosales hizo visible una de las constantes que ha tenido la oposición en este proceso: su incapacidad para pensar a los sectores sociales más pobres, a los sectores populares que han venido sistemáticamente cambiando los paradigmas de la política venezolana. Se nota, en ese desliz, que aún es muy incipiente la voluntad de diferenciarse de prácticas que fueron claramente excluyentes en el pasado reciente, como el golpe de abril y el paro petrolero, donde algunos firmantes, y otros operadores, quisieron desconocer a un sector del país –mayoritario, no se olvide– maltratándolo con tremendos perjuicios simbólicos y materiales. La articulación de la expresión “parásitos” alude además a un modelo político claramente definido, en el que toda relación asistencial, toda forma de vinculación del Estado con los más débiles se percibe como puro populismo, pura razón parasitaria. Percibo que ese error de Rosales muestra los límites propios de su candidatura, en un país que ha cambiado radicalmente sus valores aspiracionales.

El otro evento lo deben conocer de sobra. El acto a puertas cerradas del ministro petrolero Rafael Ramírez con su séquito de gerentes para invocar, de diversos modos y maneras, el apoyo que los hombres de la industria deben darle al presidente Chávez, en un panorama y escenario en el que no caben ni la oposición, ni los light ni los ni-ni. Otro evento que, al cambiar de contexto, gracias a la toma secreta de uno de los presentes, se convierte en un suceso obsceno, en el que se expone, claramente, la voluntad de colorear de un solo color, en rojo, a todo el Estado venezolano.

Si la oposición trató de acabar con el chavismo entre 2002 y 2003, derrumbando la institucionalidad militar y petrolera (la estructura fundamental del Estado), el chavismo responde con la misma moneda, atornillando cuadros, fundiendo trabajo y política hasta hacerlos una sola identidad. Es casi risible ver hablar a Ramírez de que todo trabajador tiene derecho a su expresión política, cosa en la que estoy totalmente de acuerdo, pero inmediatamente hace la salvedad de que sólo tiene derecho a un tipo de política. Ramírez piensa que los trabajadores de la industria deben expresarse políticamente, siempre y cuando sean chavistas. Esos son los límites elocuentes de un discurso y de una visión política particular.

Lo que parece una falta de imaginación política e histórica (cómo sortear el callejón de pagarle al enemigo con la misma moneda), y alentada por las excusas de conspiración y por las batallas internas (que existieron, existirán y existen), el chavismo tiene la tesis de que puede llegar a conformar un Estado que sea colonizador de lo social, y políticamente homogéneo. En ese contexto, siempre habrá ni-ni y lights a los cuales criticar, porque los deberes y las aspiraciones políticas siempre necesitarán un enemigo, una resistencia: si ya no hay oposición en la industria, qué vaina, habrá ni-ni o unos cuantos blanditos enemigos de la patria. A la hora de identificar a los enemigos, la fábrica los produce como usted quiera. Lo he dicho mil veces en este blog: la lucha de clases es transversal, se reproduce en todo conjunto grupal o social: desde un callejón del barrio hasta un bloque, desde una urbanización hasta un municipio, desde una célula política hasta un centro de trabajo.

El límite de esta política del color comienza con ese discurso y el tono usado por Ramírez: quien tiene el poder lo ejerce, no lo presume. Ese es uno de los signos más elocuentes de este proceso político, y que Fernando Coronil ha descrito como el elemento “mágico” que nos define. La manera cómo las palabras hacen territorio e identidades, ante la incapacidad institucional de proceder y actuar. De allí que en estos años el chavismo formal, el del Estado, periódicamente parezca obsceno, sectario y abusivo (fuera de Ley y de los procedimientos). Ante la imposibilidad de controlar, grito, acuso, amenazo.

Uno de los argumentos preocupantes de esta postura es que suele percibir al opositor como enemigo de la patria y del territorio, al punto de que suele proferirse que el que no esté de acuerdo con el proceso, que se vaya para Miami. Visión de una hegemonía bastante precaria, que conduce, como dice el sociólogo Edgardo Lander, a la idea de cultivar una fábrica de golpes de Estado. Si a la gente no la puedes vincular con un proyecto de país, frente al que sienta, mínimamente, algo de pertenencia, entonces tendrás una respuesta política a escalas radicales, desde el odio, el resentimiento y la agresión. Herramientas todas que no favorecen la posibilidad de “estabilizar” en alguna medida el proceso, y que se viva, cotidianamente, en el constante vértigo de las paranoias, las persecuciones y los excesos.

El lugar de la imaginación

La campaña está en su clímax y ya los candidatos han revelado sus secretas intenciones. Rosales ha dejado a un lado su mensaje inclusivo y ha manifestado su desprecio hacia los parásitos. Chávez intentó articular una campaña alrededor del mensaje del amor, matizando colores y tonos, y terminó pidiéndole a los trabajadores petroleros que sean rojitos, rojitos y más rojitos. Aún no salimos de esa ecuación básica que pone a unos en un extremo y a otros en otro, sin que se rocen y se intercambien algunos matices en pro de la convivencia.

Los analistas esperan que el 3-D repita, más o menos, los mismos resultados del revocatorio: 60%/40% a favor del chavismo. Un país casi, casi, parejo, en el cual, una parte está siendo excluida del Estado y de sus esferas de influencia y decisión, y la otra le tiene pavor a revivir lo mismo que sufrió por décadas. Así estamos. Los humillados de ayer se han afirmado y hacen una política para el futuro. Los humillados de hoy aún buscan su verdadero lenguaje, su tono, su proyecto, para llegar, algún día, nuevamente al poder. ¿Se podrá crear una política que frene tanto desprecio y odio hacia los otros, que neutralice las tentaciones obscenas, los intentos de golpe, la violencia siempre a flor de piel? ¿Qué papel le seguimos dando al tema de la imaginación política? ¿Es posible que la composición y las ideas de estas trincheras -Chavismo y Oposición- no varíen? No lo creo, y ése es el reto de este proceso.

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